La lucha leonesa, los aluches, dicho en términos más ajustados a las reliquias de nuestra vieja habla, es uno de los deportes más peculiares de nuestra provincia leonesa y tan estricto en cuanto al territorio en que se practica habitualmente, que podría decirse que su origen se encuentra en la Montaña Oriental y en las cuencas fluviales que de ella se derivan, es decir, los antiguos partidos judiciales de Riaño y La Vecilla, en la cabecera montañesa, con León y Valencia de Don Juan hasta Sahagún, en las riberas y llanuras. Son los dominios en que habitaron tribus cántabras y astures, con los vadinienses en el norte y los lancienses y otros grupos en las zonas meridionales.
Creen algunos de los entusiastas amantes acríticos de "nuestras cosas" que esta lucha viene desde los primeros tiempos del ser leonés, de ahí el énfasis en calificarla de autóctona. Sin rechazar que haya podido nacer en nuestro territorio, aunque de otro modo a como la conocemos hoy, la verdad es que formas más o menos ajustadas al modelo de lucha leonesa se hallan en multitud de culturas, incluyendo algunas primitivas que han llegado a nuestros días. Podríamos hablar, por tanto, de lo que llamamos en Biología un "fenómeno de convergencia", es decir, distintos pueblos, sin relación ninguna entre ellos, han llegado a practicar sistemas de lucha similares, en respuesta a estímulos análogos que operaban sobre las distintas sociedades. Dentro de los pueblos hispanos, actualmente conocemos las semejanzas existentes entre los aluches y la lucha canaria. Podríamos decir que, aparte de que la forma insular sea guanche y, por tanto, prehispánica, también cabría teorizar sobre la posible introducción peninsular con leoneses que participaran en la conquista y población del archipiélago, más el influjo de los que iban a las exploraciones y conquistas de América, pues fueron las Islas Canarias etapa básica en las expediciones ultramarinas. Desde luego, ha habido contemporáneamente torneos de lucha entre canarios y leoneses, tanto en las Islas como en León.
La comparación de los diversos tipos de lucha, a lo largo de la historia, acredita que el combate sin armas entre dos varones, seguramente es uno de los deportes competitivos más antiguos y universales de la humanidad. Hay pruebas históricas de lucha en Mesopotamia (el Poema de Gilgamés, impreso en idioma acádico, hallado en tablillas asirias de Asurbanipal, complementadas con otros hallazgos, refiere la lucha épica de Gilgamés, el más famoso de los antiguos héroes mesopotámicos, contra Endiku, en la que vence el primero), en Egipto, la India, China, Japón, amerindios (recuerdo la descripción en la Araucana, de Alonso de Ercilla), suizos, cosacos, turcos, etc. Se tiene por demostrado que ha sido una forma incruenta de entrenamiento para el combate y como tal se ha practicado para demostrar la fortaleza y la habilidad de los combatientes, uno de los cuales alcanzaba la victoria cuando derribaba al adversario. El establecimiento de jerarquías entre las tribus o grupos también se apoyaba en la habilidad de los más exitosos de los luchadores. En nuestra cultura mediterránea, el precedente mejor documentado es la lucha greco-romana, plasmada en escenas en monedas y vasos griegos, etruscos y romanos, practicada como deporte en las palestras, aparte de la lucha libre, el judo y otras formas, que responden a postulados semejantes.
Son distintos los modos de sujetarse los adversarios. Inicialmente se trababan los brazos, o sujetando el tronco desnudo del otro luchador, pero más tarde se agarraban a alguna prenda (como la lucha canaria actual, del pantalón) o de un cíngulo, tal se practica la lucha leonesa, con el cinturón. La pelea concluye cuando uno de los luchadores es derribado tocando con el suelo la parte dorsal del tronco, el costado, o las posaderas, según los casos, y permaneciendo durante un corto tiempo inmovilizado en esa posición.
Aparte de los artículos dispersos en periódicos y revistas, más referencias ocasionales en obras costumbristas (p.e. en Susarón, de José M.a Goy), la lucha leonesa ha merecido trabajos monográficos importantes, llevados a cabo por antropólogos y por autores locales, amantes de nuestras tradiciones. Recordemos el libro de 0. Rodríguez Cascos y C. Gallego Provecho, ¿Hay quien luche?, editado por la Diputación leonesa (1985) y, recientemente, la Historia de la lucha leonesa, de J. A. Robles Tascón y F. Fernández Fernández, publicada por El Mundo/La Crónica de León (2002); Didáctica de la lucha leonesa en la escuela. El acondicionamiento físico a través del juego, de J. A. Robles y E. Álvarez del Palacio, editado por Caja España (2002), y La lucha, los aluches y juegos populares y aristocráticos en la literatura española, de J. A. Robles Tascón, con la colaboración de E. Álvarez del Palacio, editado por la Universidad de León (2003). En cuanto a mi relación con los aluches viene de Vegamián, donde nací. Allí asistí a los corros que se formaban en los pueblos del Alto Porma, con motivo de las fiestas patronales y practiqué este deporte durante los imborrables veranos que pasé en aquel precioso valle, cuando los rapaces del pueblo ("de la Villa, que no pueblo", me corregirían) compaginábamos la vigilancia de la vecera de los "bueyes" (nombre antiguo, pues ya no había bueyes, sino vacas) en sotos y solanas del común. Después he seguido asistiendo, cuanto he podido, a los corros actuales, sometidos a reglamentaciones y racionalizaciones que son inevitables y no discuto, pero que me suenan a profanación de la espontaneidad de aquellos aluches con dos premios, que ganaban el que quedaba finalmente en el corro y el que más contrarios hubiera derribado. Por supuesto, nada había de clasificación por pesos y las recompensas podían ser una rosca o un gallo. Los pueblos recibían orgullosos, como un héroe, al mozo que hubiera dejaba en el mejor lugar a sus paisanos.
Los autores que me honran solicitando esta presentación han orientado su trabajo, El aplauso de los chopos, de un modo bien original, pues han huido del trillado territorio de lo histórico y técnico, para ofrecer un texto integrado por breves bocetos, en prosa poética, y delicados dibujos, que forman una original crónica de los aluches, desde la inicial proclamación ("¡Hagan corro!") hasta el epílogo ("Las hojas de los chopos"), que confirma el título del libro. Me parece un hallazgo la invocación a los chopos, pues los aluches siempre se practicaron en praderas enmarcadas por choperas, cuyas hojas, movidas por cierzos o ábregos, acertadamente pueden simbolizar el aplauso de la naturaleza, con el aletear del follaje de brillantes tonos verdes primaverales y el melancólico amarillento del otoño. He rememorado esos viejos y gratos sones, combinados con la imagen de las nubes cubriendo los Picos de Mampodre y el Susarón, que significaban lluvia en Asturias y viento del norte, valle abajo del Porma, que facilitaba la limpia del grano recién trillado.
Los textos incluyen expresiones habituales entre los leoneses, desde el uso del pretérito indefinido ("¿Ya viniste?"), tiempo verbal que se está perdiendo, hasta vocablos y expresiones coloquiales con las que estamos familiarizados quienes tenemos raíces rurales. Desfilan personajes y topónimos vinculados al ejercicio de los aluches, muchos de ellos asociados a su profesión, entre losque abundan los molineros, acostumbrados a manejar grandes pesos, otros citados por los apodos, o por el pueblo de origen. Se mencionan las diversas mañas, las mancaduras y accidentes asociados a la violencia de la lucha, con la preocupación de las madres por sus riesgos, mientras los abuelos, pese a todo, se muestran orgullosos de que sigan la afición que marcó sus años mozos. En fin, se recrea con notable fidelidad el ambiente asociado a este deporte leonés. Enriquece los textos la serie de dibujos de Amancio que, con suaves trazos, plasman perfectamente la secuencia de la lucha, desde el momento en que los mozos se agarran con firmeza, apretando el cincho al rival, para sobarle los riñones, seguidos por los consecutivos intentos de derribo, con diversas mañas, hasta la solución final de la caída. Se puede seguir casi cinematográficamente, el inicial equilibrio de fuerzas, aparentemente estático, hasta las etapas dinámicas que llevan al triunfo del vencedor.
Creo que esta obra, bella por textos e ilustraciones, es un aporte muy meritorio a la historiografía sobre la lucha leonesa, en el buen camino, sin incurrir en la apología ni el ditirambo, sino mostrando con sencillez una tradición muy nuestra, que merece conservarse.
León, 18-111-2005
Miguel Cordero del Campillo
Catedrático emérito de Parasitología y
Enfermedades Infecciosas de la
Facultad de Veterinaria de León.
Cargando críticas...
Cargando vídeos...