"Todo el mundo sabe que amarillo, naranja y rojo despiertan y representan las ideas de alegría y riqueza (Delacroix)."
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"Movimiento"
El título de la exposición me lo ha dado el proceso de ejecución de las obras a exponer. Ya durante el 2012-2013 fui trabajando sin boceto, sin demasiado peso de referencias antiguas y dejándome (sin premeditarlo) influenciar por distintas piezas musicales clásicas que sonaban de fondo en mi estudio.
Esta influencia ha provocado un importante cambio a nivel técnico en mi obra: el abandono de la línea negra a modo de rotulación que venía utilizando habitualmente en mis pinturas.
Para mí supone un "movimiento" hacia delante en mi obra, donde por primera vez y sin planearlo me veo guiado por un elemento inmaterial siempre presente en mis jornadas de trabajo pero que en esta ocasión, ha dejado de ser ambiente para tomar un papel más relevante que me lleva a articular la exposición alrededor de la música.
Vladimir.
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Horizontes dinámicos
Ángel Antonio Rodríguez
Comencé a escribir sobre esta exposición que Vladimir González (Gijón, 1972) presenta en Cornión con la errónea idea de que su título era corrección, a causa de una confusión generada por el nombre de un archivo digital de texto. Pero la muestra se titula "Movimiento" porque, según escribe el pintor en esas líneas, es fruto de una nueva fase de su trayectoria, un paso adelante donde se ha dejado guiar por un elemento inmaterial, la música, que inunda sus sesiones de trabajo de taller y protagoniza, de manera sutil, la síntesis compositiva de estos cuadros recientes.
El ritmo, pues, es aquí el auténtico leitmotiv del conjunto expuesto, y marca la dinámica de trabajo del autor en sus estímulos cotidianos. Pero también advertimos en la muestra, por qué no, la corrección, como otra compañera de viaje, entendida como cambio honesto, enmienda al camino recorrido e incluso cualidad de correcto; Vladimir lo es, sin duda, en su persona y en su forma de interpretar el sentimiento de la pintura. Así que tenemos evolución, y movimiento hacia delante, y alteración leve, para buscar mayor perfección en el quehacer diario.
Vladimir pinta ahora sin boceto, sin líneas de dibujo, sin premeditación y sin alevosía, en una suerte de expresionismo depurado, de registros matissianos y grandes campos de color que juegan con las notas cromáticas, cual claves musicales. Actitud honesta que han seguido muchos pintores, desde Kandinsky y su "De lo espiritual en el arte" (1911), evocando ese doble efecto del color, la vibración del alma y el efecto íntimo de sus múltiples armonías. Cada forma, aquí, se brinda como dueña de un contenido interno, sinónimo de la libertad ilimitada, metáfora de esa necesidad interior del artista, aquella que reclamaba en sus ensayos el viejo maestro de origen ruso, precursor de la abstracción. Vladimir también consigue transportarnos a ese terreno, apoyándose si hace falta en los títulos de sus cuadros ("Bolero", "Andante", Adagio", "Allegro"…) que, con una agradable puesta en escena, nos transportan al sentimiento ético del artista frente al soporte desnudo, y nos permite avanzar a través del sinuoso recorrido que describen los pigmentos, más o menos diluidos, para componer estas atmósferas sutiles pero rotundas que, lejos de cualquier servilismo o pretensión dogmática, resultan ciertamente sugerentes en esta exposición gijonesa.
En las primeras apariciones públicas de Vladimir, y en las piezas que enviaba a los diversos certámenes regionales hace diez años, ya advertíamos que el color era la base de sus trabajos, pero entonces primaba la complejidad compositiva del paisaje, la figuración y la presencia del Cantábrico sobre el lirismo. El horizonte también era piedra filosofal de sus pinturas, y de algunas intervenciones públicas, como los murales del paseo marítimo del puerto de Candás. Con los años, el trabajo se ha ido depurando, despojándose de anécdotas para profundizar en la esencialidad cromática de estos contrastes que, pese a su tendencia abstracta, aún mantienen la atmósfera marina, de perspectivas amplias que, personalmente, y pese a la tendencia cálida de sus gamas cromáticas, se me antojan siempre septentrionales. Ahora, tan liberado, tan entusiasta, tan vital, Vladimir reúne en los cuadros sonidos y elementos plásticos como respuesta hacia las dificultades del artista actual, y a la necesidad de corregir, o sea, organizar una serie de ideas para la implantación de la materia sobre el plano. Hay oficio, evidente, en estas piezas; cualidad forzosa e imprescindible para llegar a buen puerto, que detectamos en la entramada sublimidad de sus cuadros, y el respeto a la potencia de la propia pintura. Y hay equilibrio, estructurando cada pieza, haciéndola agradable a la mirada y claramente colorista, sin caer en lo banal, con una gran economía de medios. Y hay inconformismo, consecuencia lógica de lo anterior, ruptura obligada para hallar nuevas vías expresivas y reivindicarse como artista. Porque, si uno es sincero, pinta lo que anhela para que el espectador vea lo que quiera, o viceversa; no lo sé; no sabemos, de hecho, no hace falta saberlo. Y en esta descripción a vuela pluma hasta he creído advertir aquí otra variante del término corrección: un conjunto de hormigas terrícolas que se desplazan en densas columnas, según dice el recién editado diccionario de la lengua española. Acotadas aquí entre masas de color y contrastes rojos, amarillos, azules, malvas, anaranjados y delicadamente musicales.
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