CREER EN LA PINTURA
(Rubén Suárez)
Javier Victorero es uno de esos artistas para los que la pintura aún conserva la capacidad de hacer posibles experiencias y emociones muy profundas. Entiende la pintura en función de valores espirituales y, por esa razón, mantiene con ella un verdadero compromiso estético y ético. Y me permito añadir que la pérdida de esos valores y la ausencia de ese compromiso que últimamente se vienen produciendo, son en buena parte responsables de la menor capacidad creativa y de comunicación con el aficionado al arte que tanto perjudica a la pintura moderna.
Por eso es siempre especialmente gratificante contemplar una nueva exposición de su obra, no sólo para volver a apreciar la claridad y exquisita sutileza de su expresión plástica, sino también para comprobar el curso, el buen desarrollo, de su singular evolución pictórica: ese viaje, tan raro como sugestivo, que le llevó desde el llamado impresionismo abstracto hasta un universo geométrico, pero con la particularidad de poder habitar simultáneamente ambas estéticas, conciliándolas de manera fascinante.
Porque la pintura actual de Victorero le debe mucho a los campos de color, entendido al modo de la abstracción clásica americana,"sector" transcendente - no en vano el recuerdo de Rothko permanece en ella -, en aquellos jardines de la memoria que ocupaban la totalidad de las superficies de sus cuadros. Cuando el artista necesitó de la forma para definir, o mejor adjetivar, su pintura, no la buscó en términos de color, para construir con él su obra, sino en la línea, en la geometría, que se venían perfilando como manchas o vibraciones de luz necesitadas de aflorar en forma. Y así, estatismo y dinamismo, mágica fluidez del color, y pureza y firmeza de la geometría, confluyen en una afinada melodía pictórica de una sutil manera que intensifica la comunicación emocional plástica. Porque Javier Victorero, como Rothko o Malevich, es un pintor romántico.
Lo es desde el sentimiento, ¡qué lejos del formalismo!, que inspira su pintura, o por mejor decir, cada uno de sus cuadros, porque cada uno tiene su personalidad y su historia. El día que los vi en su estudio, insistió en ir colgándolos de uno en uno, cuidadosamente nivelada su horizontalidad y contemplándolos como si los viera por primera vez. Creo que volvían a emocionarle porque debían ser pare él como puertas abiertas hacia los recuerdos, fueran o no felices. Si antes hablé de pintura "adjetivada" es porque lo es esta neo-abstracción suya, ,que no es independiente, sino que existe en función de otras cosas, precisamente de esos recuerdos o sentimientos a los que vengo refiriéndome reiteradamente y a los que luego da nombre con el título del cuadro, muy poéticamente, este moderno trovador de cantigas.
Viendo las pinturas me vino a la memoria el nombre de la artista americana Bridget Riley, no desde luego por sus cuadros más famosos de efectos ópticos, sino por sus pulsiones cromáticas posteriores, también expresadas en textos, su amor por Tiziano, el énfasis con el que escribe sobre las relaciones entre la vibración del color y el dibujo geométrico para dinamizar el espacio y, sobre todo, por una frase: el espacio no sólo se representa, tiene vida propia. Recordé la frase porque el espacio, donde están contenidos todos los elementos de la pintura, tiene vida propia en cada uno de los cuadros de Victorero, un artista que sabe bien de la necesidad de dialogar con la obra desde el mismo momento de su concepción y luego a lo largo de su desarrollo, escuchando su voz, su ritmo interior, sus necesidades de luz, color y materia. Un cuadro necesita de mucha contemplación, mucha meditación, mucho amor también, eso lo saben los que verdaderamente creen en la pintura. Y es lástima que cada vez haya menos que crean tanto en ella como Victorero.
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