CARAVAGGIO, UN SOL Y SOMBRA
Rafael Rollón
Caravaggio nos habló de la vida y de la muerte en la luz y en la sombra, descubriéndonos el mundo de lo inefable en la extensión de estas dualidades, anticipando el juego entre lo virtual y lo real de un mundo de proyecciones donde objeto y sujeto han quedado congelados en favor de la transacción de la comunicación.
Así, como si de eidolones se tratase, la naturaleza aparece mostrándonos la imposibilidad de la experiencia y la representación. Anulado el significado y el significante de la experiencia estética, solo nos queda domar la bestia salvaje que llevamos dentro, para silenciar la ideología y crear emoción, una emoción romántica imaginando otros mundos, a modo de lo sublime kantiano.
El tema de la naturaleza en el arte ha sido siempre el escenario donde situar los elementos que nos muestran el comportamiento humano, su carácter, inquietudes, pensamiento.
El arte se ha servido de sus propios medios para objetivar lo particular y lo universal, de ahí que la naturaleza sea el tema que a lo largo de la historia ha tenido más trascendencia; escenario donde todo acontece, lo trágico y lo grotesco, lo irracional y lo absurdo, la forma y la inmaterialidad de lo visible, la necesidad y el azar, la luz y la sombra la belleza en todas sus interpretaciones.
Todas estas luchas de contrarios, en conjunción nos descubren un capítulo más de nuestra existencia, ese filo de navaja que parece el equilibrio entre dos pendientes; ese pensamiento que va de un lado a otro de los extremos y que el arte, a veces, consigue hacer realidad en su ser, en su existencia, en su presencia.
El arte como juego entrópico de inestabilidad perpetua latente y cambiante con una mirada al pasado, con la intuición de un futuro en un presente que cada vez nos parece que no es propio, que no nos pertenece, como una sombra sin soporte que busca que, en algún momento, el modelo y su proyección sean uno mismo, su igual.
Ante la imposibilidad de lo real la nueva y gran ilusión, la realidad virtual. Pérdida total del objeto y del sujeto, suplantados en lo virtual, naturaleza engañada, manipulada, estereotipada y marginal, donde lo natural ha dejado de serlo para ser más natural que lo natural, ecológico.
Naturaleza atrapada en el vacío de un espacio sin fondo, sin perspectiva, sin historia, axfisiada en su propio estado de marginalidad. No es esta una naturaleza nostálgica de un pasado ya perdido, sino más bien una naturaleza ausente, como sombras de un pasado, en busca del que fue su modelo.
Perdido el modelo (sujeto) y el soporte que hace posible el objeto, tan solo nos queda el gesto, que hace posible lo imposible, la objetividad del acontecimiento.
Naturaleza como gesto puro, como recorrido, como eidolon (sombra-fantasma), sin tiempo ni espacio, radiografía de la individualidad, de lo subjetivo.
Gesto como manifestación objetiva sin principio ni fin, sin función, como electrocardiograma que registra un sentimiento, un impulso.
Gesto como vacío lleno de sentido, que nos descubre un fondo de espacio neutro donde se realiza.
Gesto que se reivindica en la serialidad, en su repetida manifestación, olvidando el modelo del que nació, para manifestar una idea.
Gesto como la proyección de la sombra en el vacío de nuestro pensamiento.
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