Carlos Casariego
José Ferrero
Diálogo generacional
En un diálogo generacional con visión de futuro, Amador Fernández ha preparado este verano en Cornión una sugerente exposición de obras recientes que reúne a cuatro fotógrafos que han llegado muy lejos en sus soluciones compositivas y en sus largas trayectorias, formando parte de la nómina imprescindible de la fotografía contemporánea asturiana. La muestra, con una amplia selección de piezas por autor, es una buena oportunidad para recorrer cada uno de estos cuatro universos creativos bajo un viaje común que vira del paisaje esencial a la arquitectura internacional, de los pequeños detalles a los espacios abiertos, entre la memoria, los sueños y los símbolos.
Abre la nómina un maestro imprescindible, José Ramón Cuervo-Arango (1947) que esta primavera, durante su última exposición en Madrid, alguien definió como el fotógrafo de la música de cámara. Certera metáfora para un artista que sabe poner sinfonías a la realidad, dando ritmo a las técnicas tradicionales y abriendo su alma a sugerencias nuevas, con un vasto conocimiento de la disciplina y una capacidad inusual para convertir la naturaleza en poética. Siempre en blanco y negro, siempre en pequeño formato, siempre atesorando su exquisita depuración técnica, Cuervo-Arango traduce los troncos y las casas en soledades, las barcas en espejos de luz, los valles en caminos de vida, las hojas en un cuarteto (realidad, mirada, máquina, tiempo) que proyecta su música infinita.
La arquitectura como escenario de las relaciones humanas y el urbanismo, más allá de las soluciones técnicas, como arte para "entender la metrópoli", son claves de Carlos Casariego (1952) que sabe mirar las cosas con ojos cómplices del misterio y se renueva escudriñando el entorno con filtros que no buscan evidencias, sino purezas. Casi siempre en color, sus obras son espacios que generan relaciones estables, más o menos transgredidas de su función, para percibir la ciudad y el entorno deformando sus cualidades visibles y explorando lo invisible. Alegorías de un instante que se debate entre lo esencialmente estético y lo marcadamente subjetivo, explorando una y otra vez sus propias obsesiones para desarrollar historias.??
Los trabajos de José Ferrero (1959) suelen recurrir a la fragmentación, alternando recursos conceptuales y visuales para situarse ahí donde el acto fotográfico implica una apropiación mutua entre el artista y el público. Ahí, justo ahí, donde los instrumentos metodológicos cobran nuevos sentidos desde una elaboración eficaz y comprometida. A veceslo hace proyectando reivindicaciones para despertar el ánimo de circuitos o coleccionismos inmaduros; otra veces, para elogiar lo inadvertible, nutriéndose de acotaciones, neutralidades, y perspectivas. Composiciones concebidas bajo un saludable compromiso ético donde el autor trata de ir un poco más allá de lo real para, sin salirse de la verdad, recrear otras verdades.
Las fotografías de Marcos Morilla (1963) renuevan ese romanticismo propio de los grandes clásicos que respiran la atmósfera, y equilibra su contrastada calidad como fotógrafo y creativo profesional. Su mirada, tímida e inquieta, actúa en todo momento haciendo las veces de diario para escribir con tinta invisible sus reinterpretaciones de las horas en largos paseos, casi metafísicos. Aquí no importa el qué sino el cómo, con la experimentación como bandera; por eso la fase de realización es tan esencial como el resultado final en este autor que es feliz transmutando la técnica en acción, con largas instantáneas y emotivas comuniones con un paisaje de gran riqueza plástica, casi siempre crepuscular, alejado de cualquier dogma.
Ángel Antonio Rodríguez
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