Renacer ante las adversidades
Después de seis años sin exponer en su tierra natal, Marcos Tamargo exhibe en la galería Cornión (Gijón) Reborn, una muestra en la que el pintor reivindica el valor de la cultura
Más de treinta obras, en su mayoría recientes, componen la exposición que el pintor asturiano Marcos Tamargo presenta actualmente en la galería gijonesa Cornión, después de seis años sin exponer en su tierra natal. Es por ello que la muestra incluye una pequeña representación de algunas series anteriores del artista, como Kenia y Anábasis blanca, si bien la mayor parte de las obras han sido realizadas a lo largo del último año, en Miami y en Asturias, donde Tamargo pasó el periodo de confinamiento. El título de la exposición, Reborn, y el sentido de las piezas que la integran, alude al valor y al poder que ha tenido históricamente la cultura como instrumento en el renacimiento de la sociedad ante las dificultades, caso de la pandemia por la Covid-19 que estamos viviendo, para salir, incluso, más reforzada de ellas.
Cabe destacar que algunos de los cuadros están realizados con la técnica de MoveArt, que integra dos pinturas a la vez, una visible con luz natural y la otra en la oscuridad, que el pintor viene utilizando en su serie de retratos de mujeres ganadoras del Premio Nobel, para el Nobel Museum.
La absoluta libertad de Marcos Tamargo
La primera vez que contemplé el trabajo de Marcos Tamargo recuerdo que me sentí impresionada por la seguridad de sus trazos y la sobriedad de sus pinceladas, que transmitían una enorme energía a su pintura, y por su lenguaje abstracto tan personal, que en algunos detalles recordaba a la caligrafía poética. Pero, sobre todo, lo que me revelaron sus obras fue la firme convicción de haber sido creadas con una absoluta libertad, aquella que solo pueden ejercer los artistas que no quieren, ni saben, trabajar con dogmas ni reglas preconcebidas y para los que la propia práctica de la pintura es una experiencia vital y son capaces de dar rienda suelta a sus emociones más profundas a través del gesto pictórico y el uso del color.
En cierta manera, su obra me recordó al informalismo español de los años setenta y ochenta, el de Millares, Tàpies o Lucio Muñoz, por su abstracción lírica, sus paisajes oníricos, la gestualidad y la materialidad de su pintura y, también, por la espacialidad de sus óleos. Y es que aunque no pinte la naturaleza, ni en sus cuadros aparezcan hojas, tallos, flores, ni olas, Marcos Tamargo es un pintor del paisaje, que está ahí, en sus pinceladas, en sus manchas, en sus combinaciones, que producen metáforas y significados imprevistos, abstracciones que evocan la naturaleza, en una prueba más de lo relativa que es la frontera entre lo figurativo y lo abstracto. Y es que Marcos Tamargo asegura que "vivimos en un mundo abstracto, con pequeños toques de realidad", y ese es uno de los motivos por los que pinta "abstracto-figuración. En definitiva, una pintura que no solo está hecha para mirar con la vista, sino también para sentir con el tacto, para leer con las yemas de los dedos en sus líneas, sus hendiduras, sus heridas.
Una de las constantes en el trabajo de Marcos Tamargo (Gijón, 1982) es la utilización para sus composiciones de pequeños objetos, piezas de hierro o pequeñas cantidades de tierra o arena que integra en sus obras como parte sustancial del tema de la propia creación. Estos objetos están relacionados con su trayectoria vital o sus orígenes, como las maderas y hierros que han formado parte de la casa de sus antepasados en Asturias, unos girasoles que él mismo plantó y que, al secarse, intervino e incluyó en sus cuadros, o semillas que son un paralelismo sobre el nacimiento o los hilos y cuerdas que evocan el camino hacia la salida del laberinto de la existencia en una metáfora que habla de la germinación de la vida y del ciclo infinito de muerte y renacimiento, como lo es también el propio objeto inánime condenado al olvido, que el artista rescata del abandono y al que insufla nueva vida y que, en este caso, el artista liga al renacimiento de la cultura en tiempos difíciles como estos que estamos viviendo.
Como decíamos antes, Tamargo muestra algunas obras anteriores como Kenia, un trabajo crucial en la trayectoria del pintor asturiano porque como él mismo afirma "marcó un antes y un después en mi trabajo", un aspecto que resulta palpable y evidente si se comparan las obras anteriores a su estancia en África con las realizadas en ese periodo, tanto por la soltura de sus pinceladas como por el uso de unos colores distintos, más abiertos, de tonos más cálidos, pero también en la composición de sus obras, que ganó en narrativa poética.
De alguna forma, las obras que compusieron Fuerza Delicada "la exposición que reunió las obras que creó a raíz de aquella experiencia" marcaron un punto de inflexión en la trayectoria de Marcos Tamargo porque, sin representar una ruptura con la línea de trabajo que el artista venía desarrollando, la luz de África aportó unos matices más claros a sus paisajes. Un trabajo que destaca por la fuerte tendencia a la unión de los elementos, con la tierra y el mar como protagonistas, y con panorámicas en las que puertos y playas se diluían en el conjunto pictórico.
Por primera vez aparecían personajes, individuos que no poblaban los mundos visuales de la primera época de la pintura del gijonés, y que empezaron entonces a tener una presencia incidental pero significativa en sus obras. Unos personajes en los que se advierte la circunspecta influencia de Alberto Giacometti, un artista que para Tamargo es toda una referencia en cuanto a la visión de la figura humana, que han ido apareciendo tímidamente, casi como si se hubieran colado de soslayo al margen de la voluntad del artista. Son figuras desdibujadas, sin rostro, que no llegan a materializarse del todo, estos seres del universo tamargiano que representan a los "medidores", unas personas de gran relevancia espiritual en la sociedad keniata, que son los encargados de medir las mareas, para lo que se sirven de unos largos palos de diez a quince metros que clavan en la orilla del mar, y que han inspirado a Marcos Tamargo una hermosa metáfora de la unión entre el mundo terrenal y el espiritual, que conecta también África con Occidente, a través de la presencia en sus cuadros de estas varas bien ancladas en la tierra y que, simbólicamente, llegan hasta el cielo.
Si decíamos antes que estas figuran evocaban en cierta manera a Giacometti, una de sus últimas obras, El pañuelo rojo (2020, técnica mixta sobre tabla), nos recuerda el surrealismo figurativo de Magritte porque al igual que el artista belga, Tamargo quiebra las normas y desafía la mirada del espectador, distorsiona inesperadamente el tamaño y la escala de los objetos, plantea un enigma, un contexto nuevo, pero si Magritte sumerge lo humano en la multitud para disipar la singularidad, Tamargo ofrece una lectura radicalmente opuesta porque al particularizar a la humanidad en ese pequeño y aparentemente humilde personaje se plantea y nos planea una reflexión sobre la identidad y de cómo la fuerza de la multitud siempre depende de la pluralidad y riqueza de sus individuos.
Podríamos decir, como corolario, que si las obras que realizó en Kenia marcaron un punto de inflexión en la trayectoria de Marcos Tamargo, sus exposiciones posteriores han confirmado la gran calidad y coherencia de su trabajo porque, sin representar una ruptura con la línea de trabajo que viene desarrollando y que le ha permitido consolidar su nombre en el panorama pictórico nacional e internacional, mantiene, sin embargo, en su nueva producción la fuerte tendencia a la unión de los elementos, donde la tierra y el mar suelen tener una presencia destacada, con panorámicas en las que puertos o playas se diluyen en el todo del conjunto pictórico.
Además, y como reflejo de la evolución constante en su trayectoria, las nuevas obras que pueden verse en la galería Cornión van mucho más allá y representan un paso de gigante en su carrera. Son obras reflexivas, sólidas y afianzadas, en las que están condensadas todas las etapas de su maduración creativa, que ha seguido hasta hoy una clara y permanente línea ascendente a partir de unas firmes convicciones estéticas y factuales.
Pero, sobre todo, lo que nos transmiten estos nuevos cuadros de Marcos es una maravillosa sensación de libertad (una de las claves de las lecturas de su trabajo y que lleva al que las contempla al centro de la emoción), sinceridad y de estar pintados con una plenitud de espíritu arrolladora y una convicción absoluta en el trabajo. Toda esta combinación de libertad, creatividad y valentía es lo que hace que nos hallemos ante uno de esos momentos mágicos, pasionales y rotundos, que solo los grandes artistas como Marcos pueden vivir para, como un volcán, ser capaces de romper la corteza terrestre y llevar a la superficie todo el magma de su talento.
Ángela Sanz Coca
Redactora jefe de la revista "Descubrir el arte"
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