Manolo Valdés, el tributo desacralizado
(Paché Merayo)
Manolo Valdés (Valencia, 1942) lleva toda la vida narrando historias, utilizando como vocablos, como signos, las imágenes, los pigmentos, las formas y las existencias que brotan de la Historia misma. La Historia del Arte, esa crónica sagrada que concibe como lenguaje propio e imprescindible y en el que se envuelve, primero para adorarlo, y finalmente para construir un presente que es puro homenaje a los que le precedieron, pero también deliberada desacralización. Sus pinturas, grabados y esculturas son una muestra de devoción absoluta a los grandes maestros, de los que toma todo lo que admira, pero no para contemplarlo en su trono -o no solo para eso-, sino para revisar, reinterpretar, reflexionar y reinventar el mito sin dejar de manifestar reverencia ante su magnitud. Sigue así este valenciano de Nueva York los surcos que marco Picasso a mitad del siglo XX. Nunca antes del malagueño, por cierto uno de los principales nutrientes de la obra de Valdés, había osado nadie cambiar una sombra a alguno de los gigantes de la pintura. Picasso lo hizo con Velázquez, además con sus sacrosanta obra ‘Las Meninas’. Abría así camino a quienes vieron en su gesto no un acto de menosprecio o falta de respeto, sino todo lo contrario, una nueva manera de hacer tributo y festejar la herencia de los genios. En esa voluntad, que es también creencia, ha estado siempre Manolo Valdés, precisamente con Velázquez marcando su capacidad creadora casi como una obsesión o mejor como un pretexto, en el fondo y en la forma, para mostrar su propia estética. Sus luces, color, su materia. Su mirada, que es la suma de todas las miradas conocidas. El resumen de su propia existencia.
De Velázquez Manolo Valdés, invitado de excepción en la galería Cornión, se alimenta sin colmarse nunca. El lenguaje del sevillano del XVII es inherente en los dibujos, grabados, pinturas y esculturas del valenciano del XXI, que ha sacado el legado del maestro de sus lienzos para meditar y repensar en plásticas nuevas sus implacables y maravillosos volúmenes pictóricos, convirtiéndolos muchas veces en piezas monumentales. Quién no recuerda aquellas Meninas haciendo pasillo de bronce por el Campo de San Francisco, de Oviedo. Muy cerca de donde lucen los dos ‘Asturcones’ de la Escandalera, también de metal noble, también salidos de su taller neoyorquino. Ambos, Meninas y animales, se funden ahora en una única pieza que está en la exposición gijonesa. ‘Dama a caballo’ se titula y en sus 300 kilos de bronce confunde las enormes faldas sobre miriñaque de una de las infantas velazqueñas con el torso fornido de un asturcón.
Es esta la pieza mayor del conjunto, convertido en una galería de retratos en la que dominan los grabados, culminados todos con collages que remiten sin descanso a la historia de la pintura. Pero ya no solo a Velázquez y a Picasso, sino también a Gauguin y su idílico Taiti, a Matisse, incluso a Zurbarán y Goya. Desata Valdés en esta colección otro de los intereses y vehículos de su fuerza expresiva, el estudio del cuerpo humano, especialmente del rostro femenino. Todos los que cuelgan en Cornión son retratos de mujer. Todos menos dos. Un enorme ‘Caballero’, que viaja a 1657 y nos devuelve la silueta de Felipe IV, retratado de cuerpo entero por Velázquez, al que Valdés recrea con total austeridad, casi a modo de boceto, sustituyendo el manuscrito que sostiene el original en su mano derecha como referencia a sus responsabilidades en la corte, por uno de sus identificativos y sugerentes collages. Es el pasado convertido en presente. La otra excepción es ‘Paolo III’. En él el collage es un tocado, confeccionado con recortes de fotografías viejas y no tanto, pinturas de otros tiempos, periódicos añejos y papeles de todo tipo. La técnica, que ya es también marca de la casa Valdés, otorga corona y color a Edna, Silvana, Helene, Chiara, Lillie y una la larga lista de mujeres, que nos esquivan de perfil o nos miran desafiantes de frente. Entre ellas destaca por tamaño y por imperio otro de los iconos velazqueños -y ya también valdesiano-, la Reina Mariana. Cada una va dando cuerpo a esta gran selección realizada por Amador Fernández, que ha traído a la calle de la Merced también nueve grabados de la bella serie ‘Cubismo como pretexto’, en la que juega el creador con la herencia picassiana, llevándola en algún caso al escenario cortesano de las Meninas, volviendo a unir en una misma obra dos de sus grandes referentes.
Envuelven esta galería de retratos cinco esculturas, la potente ‘Dama a caballo’, ‘Ivy’, un busto de aluminio y la pieza más joven de toda la muestra, que recupera piezas de 2003 a 2010; ‘Daphne’, de bronce pigmentado con resina azul, ‘Mariposas’, de bronce y hierro, y ‘Mariposa’, la más pequeña del grupo, también de bronce. Todas mujeres. Todas con voluminosos tocados férreos, que nos retrotraen de nuevo a las faldas armadas con ballenas de metal de cuatro siglos atrás y que son, además una marcada reflexión sobre el tiempo, la materia y el espacio ocupado esta vez no en la mitad inferior del retrato, sino sobre sus cabezas.
Manolo Valdés lleva casi 40 años trabajando en solitario (su primera exposición individual tuvo lugar en 1981), pero no se puede olvidar que fue dos de las seis manos del Equipo Crónica, en su primera etapa y dos de las cuatro que se mantuvieron hasta el final, a la muerte de Rafael Solbes, la otra gran mitad del exitoso experimento formal y crítico, que ambos fundaron con Juan Antonio Toledo en los años 60.
Hoy es uno de los grandes entre los grandes. A solo un año de celebrar los 80 sigue trabajando sin parar, tomando fuerzas de todo el pasado desde los clásicos al pop. Su obra cuelga con excelencia en el mundo entero y sus monumentales esculturas públicas pueden contemplarse de Singapur a Nueva York. El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, que le destaca en sus colecciones, le dedicó una retrospectiva hace unos años. El Pompidou, de París; el Kunstmuseum, de Berlín; el Metropolitan y el MoMA, de Nueva York, son otras de las muchas moradas internacionales de su trabajo. Ese trabajo que lleva décadas sumando miradas y hoy está en Gijón.
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