Blanco sobre blanco. Tadonori Yamaguchi o el desafío del proceso artístico como trayecto.
Esta exposición reúne la última producción del artista japonés nacido en Nagoya en 1970 pero residente desde diciembre de 1997 en Asturias. Después de tantos años en la región, donde ha formado una familia y ha establecido su taller, se le puede considerar como ya un creador asturiano. En la fusión entre su cultura japonesa y su aprendizaje en la Facultad de Arte Creativo de Kyoto, la conexión con la arquitectura y la observación de la naturaleza se ha ido forjado la idea básica de esta exposición: el dominio del blanco como reducto neutral para interpretar la forma definida a través de un trayecto creativo.
El conjunto de piezas, pese a la aparente heterogeneidad de materiales, procedimientos y resultados plásticos, responde a una serie de invariantes que se han venido repitiendo en su identidad como artista. La primera es de naturaleza espacial. Sus obras son objetos que crean espacio, un espacio que como el de la arquitectura se puede tocar y se define tanto en el volumen que ocupa como en el vacío que desaloja. Por eso la rotundidad de sus obras no pasa desapercibida, aunque lo haga sutilmente con superficies suavemente redondeadas y no con la geometría nítida de otros momentos creativos anteriores al año 2012. La segunda clave interpretativa tiene que ver con el tiempo, entendido a la manera de Bergson como un trayecto y no como algo inamovible. El tiempo es un proceso, mental y físico, de ideación y de ejecución por parte del artista, intenso, agotador, solitario, donde se van tomando decisiones que afectan al volumen del bloque, al acabado o al trazo. Es entonces cuando la idea inicial se convierte en obra de arte y confluye en otro proceso inevitablemente posterior que es el del tiempo del espectador que interpreta la obra, la recorre (sobre todo en el caso de su obra pública), la toca, la siente, la advierte y sitúa y la comprende.
Otra clave interpretativa de la obra de Yamaguchi es la observación, su mirada atenta a lo que sucede a su alrededor, a las modificaciones que se producen en el medioambiente, en la arena de la playa por las idas y venidas del mar, la erosión eólica en la tierra, los surcos que deja el agua en los márgenes de los riachuelos o las huellas de la desforestación en el paisaje. Son selecciones de muchas experiencias visuales previas y de abundantes reflexiones subjetivas sobre la realidad. Así, "Célula blanca" (2017), una pieza de mármol de Macael potentísima, remite a la mórula de las células embrionarias, a esa vida en gestación que vio en las primeras ecografías de sus hijos, impactado por el milagro de la gestación y probablemente por la geometría regular de esa multiplicación homogénea de células que da origen a la vida. Otras piezas escultóricas, como "Solidificación blanca", con sus surcos e irregularidades evocan ese paisaje que el artista pasea al lado del río, con raíces que emergen del suelo como venas de la tierra palpitando vida y savia. "Tierra craquelada" remite al cambio climático y a los efectos devastadores de las sequías, aunque en el cuarteamiento de esa superficie se aprecie la belleza sutil de una tierra rota, irregular y blanquísima. Porque probablemente la diferencia entre un artista y un hombre corriente sea que el don de la creatividad hace entender de una manera más profunda la realidad, sentir las cosas sin olvidarlas. En este sentido ante sus obras el espectador tiene la sensación de estar mirando por sus ojos. Y desnuda entonces la naturaleza pacientemente con la vista, con el tacto y con el intelecto. Y no lo hace con el oído porque se me antoja que entre todas las cualidades de su obra hay una que la hace sobrecogedora: el silencio. Nada es estridente, ni chillón ni estrepitoso. Sólo hay armonía, equilibrio, arrullo y silencio, curiosamente en obras cuyos procesos técnicos son siempre ruidosos por el uso de sierras e ingenios eléctricos.
Creo que Tadanori Yamaguchi consigue unos resultados plásticos formidables. En una primera mirada la limpieza de la factura, la implícita geometría de cada obra o la blancura del material invitan a juzgar su producción como un trabajo aséptico y frío. Se necesita una lectura más meditada para entender que esa perfección esconde la fuerza de un gesto personal, subjetivo, que el artista aplica en las tallas del mármol, o en las miles de cuchilladas con las que excava las planchas de aluminio con capas de pigmento para sacar los colores subyacentes. Consigue así en piezas como "Estallido I y II" una energía centrífuga que opera como un magma de tensiones que desde el centro se expande hacia los extremos, una explosión de líneas, de gestos no mecanizados sino voluntarios, conscientes, pasionales. Con un procedimiento semejante en "Relámpago I y II" dibuja unas estructuras de apariencia arbórea, como trazos encadenados y subordinados que parecen crecer como organismos vivos. Son piezas en todo caso de caballete, próximas a lo que sería un relieve, con un trabajo de dentro hacia fuera frente a la labra de afuera hacia dentro de sus esculturas, lo que testifica la riqueza de registros creativos del artista. Un artista que extrema el cuidado de la presentación en sala consiguiendo una auténtica instalación en la sucesión "Llamas blancas", placas ovaladas de pared con unos delicados relieves que remiten de nuevo a las caprichosas formas que tantas veces produce la naturaleza. Dispuestas en la pared con un ritmo regular recuerdan la sucesión de idénticos del minimalismo incluso en su misma esencialidad plástica.
"Las olas" parece la pieza estrella de la exposición, tallada en mármol de Carrara y un volumen conseguido con planos serpenteantes que casi en paralelo construyen una suerte de meteorito, una forma de aspecto geológico que parece palpitar vida. Las "Crisálidas" son de una simplicidad y a la vez de una belleza sobrecogedoras. Sus tallas festoneadas recuerdan involuntariamente a los bifaces del periodo paleolítico, quizás porque han sido ejecutadas con ese proceso de energía primigenia que viene de nuestros ancestros, cuando elegían una piedra dura, la imaginaban como un útil para el corte y la tallaban con un pesado percutor pétreo. Nuestro artista hace en esencia el mismo proceso, con otros fines, pero con la misma fuerza e inteligencia para resolver los problemas del material y de la forma.
Ese universo creativo de Tadanori que es ahora mayoritariamente blanco colocado en el interior blanco de la galería Cornión viene a ser una reinterpretación conceptual de Malevich y su "Blanco sobre blanco" como el súmmum del despojamiento y de la impresión de infinito. Si la ligera inclinación del cuadrado suspendido en aquel cuadro de 1918 evocaba el movimiento, las obras de Yamaguchi regresan desde el blanco a la representación evocadora de realidades, de subjetividades y de gestos.
Ana María Fernández García
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