Cuando un pintor intenta infundir en la retina del espectador un cierto grado de sugestión -el mayor posible- tiene ante sí dos procedimientos: uno preciosista, amable y hasta respetuoso con el que corre el peligro de quedarse en lo somero del cuadro; el otro es el de cargar de vehementes maneras las formas, los colores y hasta las historias, con lo que logra un acercamiento a los más íntimos sentimientos de ese espectador que, en el peor de los casos, nunca quedará indiferente. Luis Fega ha elegido esta segunda vía. Contra los que piensen que intenta asirse al tren de la moda, opino que Fega aúna en su persona rasgos característicos de los que también poseyeron los grandes del expresionismo y algunos de sus precursores.
No le son ausentes la vehemencia -ya citada con anterioridad-, el frenesí creativo, la utilización de un lenguaje directo y sencillo, la carga sentimental-en el mejor significado de la palabra- de muchas de sus obras, ni el arrobamiento contemplativo que le conduce, inexorablemente, a un éxtasis que transforma sus sentimientos en otros -mediando la tela y los pigmentos- que facilitan el necesario diálogo entre la obra y su contemplador.
Formalmente, estamos ante una pintura plena de sugerencias y en la que si alguno de sus componentes destaca no puede ser otro que el de la vigorosidad no exenta de delicadeza de la pincelada de la que el artista se vale para dibujar, componer y hasta para crear un clímax indudablemente pictórico.
RAMON RODRIGUEZ
Buscar lazos de unión en una trayectoria suele ser en exceso arriesgado, a veces uno no sabe si el resultado es válido por coherente o, simplemente, por enunciado. Con Luis Fega esa dificultad (ante su diversidad de temas y formas pictóricas) queda amortiguada al reflexionar sobre el modo y la intención, dos de las vías de entrada que en su obra adquieren una validez más decisiva. Paisajes, retratos, arquitecturas, homenajes, cabezas, recogedores de setas y temas mitológicos nos hablan de una saludable variedad de registros, pero ante ellos uno tiene la impresión de asistir a distintos actos de un único discurso, el transcurso del tiempo.
El gran formato, el ocasional apoyo en un trazo fuerte que definía siluetas y su negativa a renunciar a una estética "dura" hacen de estos cuadros imágenes inquietantes. Inquietan las formas en sí y su intención, esa carga agresiva que no es más que una manera de sentir el tiempo y explicar su paso. Vista así, como necesidad, la valoración del tiempo es constante en su obra.
Luis Fega sabe qué quiere pintar y cómo. La materia, el rasgado, el goteo, la mezcla de precisión y ambigüedad en un mismo cuadro, siendo recursos afines a otros pintores de su generación, no sólo están bien conjugados sino que llevan a algo más, a ese tono individual que tanto reclamamos y tan difícil es de alcanzar.
MIGUEL FERNANDEZ-CID
Textos recogidos de "Papeles Plástica". Año VI, n.O 77-P 20 de Diciembre de 1985. Casa Municipal de Cultura. Avilés.
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